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¿Qué se hacía del arte cuando pasaba de moda?

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Capítulo 2

Serie: Al descubierto

"Atendiendo a las vicisitudes que han sufrido este tipo de objetos, a menudo el hecho de que se hayan conservado fue fruto del azar"

En Cataluña se conserva una cantidad importante de tablas pintadas medievales: muchas góticas, al igual que en otros países europeos y museos de todo el mundo, pero especialmente unas ochenta románicas, que son más de la mitad de este tipo que se conservan en todo el planeta. Sólo en el MEV, de estas últimas hay una veintena. Claro que habría muchas más de las que se han conservado. Las causas de la desaparición de tantas y tantas tablas pintadas medievales son conocidas a grandes rasgos: cambios al albedrío de las modas artísticas, pero también destrucciones intencionadas o fortuitas con ocasión de guerras o de accidentes diversos. A todo esto hay que sumar el hecho de que la valoración de estos objetos como obras de arte medieval es un fenómeno que no empezó a ocurrir antes de finales del siglo XIX, momento en que se fundaron los primeros museos de arte antiguo propiamente dichos (como el MEV, que lo fue en 1889 y abrió sus puertas en 1891). De hecho, el milagro es que unas cuantas tablas pintadas hayan podido llegar más o menos intactas hasta nuestros días, y que lo hayan hecho en Cataluña con más abundancia que en otros países.

Dadas las vicisitudes que han sufrido este tipo de objetos, con frecuencia el hecho de que se hayan conservado fue fruto del azar. O más bien, en algunos casos, de su valoración no como piezas artísticas, sino como simples paneles de madera destinados a los más variados usos, generalmente menos ilustres que el de servir como decoración del altar, pero que les proporcionaron una segunda etapa de vida útil y quizá les salvaron de la destrucción total. En la colección del MEV existen algunas tablas que permiten explicarlo muy bien.

En algunos casos llegamos a esa conclusión por vía de la lógica. Es el caso, probablemente, del célebre Baldaquino de Ribes (MEV 3884), una de las pinturas sobre mesa más antiguas del románico catalán (del segundo cuarto del siglo XII) y probablemente la más interesante desde un punto de vista técnico. La mesa conservada es, visiblemente, un fragmento de un panel mayor que hacía de techo a un baldaquino, precisamente el testimonio de mayores dimensiones de una tipología, la del baldaquino-plafón, casi exclusiva del patrimonio medieval catalán. ¿Por qué hemos conservado sólo ese trozo, que corresponde aproximadamente al cuadrante superior izquierdo de la pieza? Sus dimensiones, 80,5 x 157 cm, hacen pensar en un postigo o una portezuela: ésta es la explicación que ofrecía Miquel S. Gros para justificar la conservación de sólo este fragmento. Puesto que, más allá de vincular la pintura al taller de Ripoll por criterios estilísticos, técnicos e intelectuales, no podemos saber su procedencia precisa (la atribución al valle de Ribes no tiene, en realidad, ningún fundamento), esta hipótesis, aunque bien plausible, no puede ser acreditada.

En otras ocasiones, sin embargo, contamos con el testimonio de las personas que localizaron los objetos. Las tablas del retablo de San Juan de Fábregues (MEV 3045, 3073 y 3074), obra pintada por Joan Gascó hacia 1503 y uno de los principales exponentes de su estilo temprano, fueron recuperadas por el canónigo Ramon Corbella durante una de las visitas pastorales en las que acompañó al obispo Morgades e ingresaron en el MEV en los primeros años de su existencia. Los biógrafos del canónigo Corbella recogen las circunstancias a veces curiosas en las que estas piezas antiguas fueron localizadas: en el caso de estas tablas, sabemos que al menos una fue encontrada por Corbella mientras debía escarbar todos los rincones de la iglesia y de la casa rectoral de esa pequeña localidad del Cabrerès, en busca de tesoros ocultos. La pintura la encontró boca abajo, sirviendo de post para sostener un pajar; no cuesta mucho imaginarse el canónigo entrando en el cobertizo, levantando la mirada y viendo la pintura antigua, con un chisporroteo de sorpresa en los ojos.

El caso más sorprendente de todos entre los documentados, sin embargo, es sin duda el del frontal de altar de Lluçà (MEV 4). Junto a los dos laterales que se le asocian (MEV 10 y 11), constituye uno de los escasos conjuntos románicos de decoración perimetral del altar con paneles de madera pintada conservados en todo el mundo. Obra del maestro o círculo de Lluçà en el segundo cuarto del siglo XIII, el altar de esta pequeña canónica del Lluçanès es uno de los mejores exponentes del llamado arte del 1200, la última etapa de la pintura románica que acusa a una renovada recepción de los corrientes del arte bizantino; además de por su estilo y técnica, la obra es singular por su iconografía, con elecciones muy elaboradas (como en el lateral con María rodeada de los siete dones del Espíritu Santo) y también muy innovadoras (como en el otro lateral con la Coronación de la Virgen, primera documentación de este tema en Cataluña). El frontal, con escenas más corrientes del ciclo de la Natividad, es también singular por encontrarse partido verticalmente en dos mitades: el corte secciona completamente la figura de María con el Niño, cuyos rostros tuvieron que ser restituidos en una restauración de mediados del siglo XX. La explicación de este fraccionamiento, que evidentemente no tiene que ver con la disposición original de la obra, nos la proporciona Josep Gudiol en un texto publicado en 1926, pero que se hace eco del hallazgo de las tablas en algún momento de los años 1880. El antiguo frontal de Lluçà, en desuso probablemente desde época barroca, había sido aserrado en dos mitades iguales que fueron reutilizadas… como batientes de la puerta de una pocilga. ¡Realmente, que algunas de estas obras hayan llegado en buenas condiciones hasta nuestros días se puede calificar, como decíamos antes, de auténtico milagro!

 

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